Quería acabar con todo. Hasta que
llegaron ellos no supe por qué había aguantado. Estaba ahogándome con mi propio
vómito, cuando los vi a través de la ventana ... Eran poco más que carroña, y
sin embargo, qué gran alegría cuando empezaron a descuartizar almas. Gritaban
cuando los huesos se astillaban y brotaba la sangre como río desbordado. Desde
la cuerda me descolgué como pude, balanceándome como una idiota, casi decapitándome
por entero. Me rebané el pescuezo, en el desarrollo, pero qué más daba. A ellos
les servía como estaba. Ninguno me daba órdenes, ni me mandaba callar, ni
siquiera me dirigía la palabra, como mucho me olisqueaban, luego nada. No había
distinción de sexos, ni jefes o indios, solo la ansia de matar, de comer y de
matar para alimentarte.Me hubiera gustado sonreirles, pero se me dislocó la
mandíbula cuando me ahorcaba.
No hay comentarios:
Publicar un comentario