“No perdamos la
perspectiva, yo ya estoy harta de decirlo, es lo único importante.
Doña Rosa va
y viene por entre las mesas del Café, como si le fuera la vida en ello.
De vez
en cuando aguza la vista, como si le fuera la vida en ello y luego , imperturbable
y famélica , no para de andar, día y noche , como si le fuera la vida en ellos,
en los clientes del café, sirviéndoles chocolate y churros aporrillados como
los dedos de
Don Cosme , que, artrítico , echa las cartas a la voluntad,
diciendo medias verdades.
El café se esquina a
la vía que surge de la plaza, pero no la mira, Doña Rosa, que taconea como si
le fuera la vida en ella , en esa plaza que hierve de vida, noche y madrugada, sirviendo
a las mesitas que asienta , aguardiente y cubatas , para hombres sin corazón y jóvenes drogatas de medio pelo. “No
perdamos la perspectiva- dice la dueña del café, a todos los allí congregados-
y digamos cómo ha podido ser que cuando Doña Rosa ha parado, todos hemos
muerto, porque nos ha faltado el ir y venir entre las mesas y el aguzar la
vista y el servir cafés y churros, aporrillados, y el aguardiente y los
cubatas, de los medio pelo”.
“Digamos-llora, como todos- cómo nos quedamos
todos aquí , medio vivos , en letanía culpable, viéndola siempre trabajando , sin
parar, hasta caer reventada, sin hacer nada más que vegetar y tomar e irnos,
vagabundos de una vida, que, sin ella, ya no será nada”.
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