Yo,
señor, no soy malo…empezó su defensa, con cara compungida,
pero nada más hacerlo, recordó que su abogado le había dicho, que jamás llamase
al juez, señor. Iba a disculparse, pero entonces lo supo, aquel era un juez
intratable y ya le había condenado, como
las portadas de los periódicos, como todos esos charlatanes que llenaban las
horas en las televisiones, ensuciando su nombre, solo por ser joven, guapo y
listo. Porque eso era en definitiva él, no el más inteligente de sus hermanos,
que lo era Alfonsito con su cargo en Bruselas, tampoco el más cariñoso , ni el
que sus padres querían más, pero sí con el que se habían sentido más orgullosos, cuando les dijo con
quién se iba a casar .- Es ella…empezó una frase que no acabó, cuando la llevó
a casa de sus padres , escoltados por las fuerzas de seguridad , que se
quedaron en el rellano de la casa , para prevenir atentados, asustando a
propios y extraños. -Qué lejos que has llegado, hijo mío-le confesó un día su
padre, poco después de su boda. -Qué lejos que has llegado- le dijeron sus
antiguos compañeros de pádel, más con envidia que con admiración. Pero él supo
bien que lo más lejos que había llegado era allí, a sentarse en un banquillo, a
escuchar lo que los papeles y los testigos tenían que decir de él, que en el
fondo no era malo, sino solo demasiado listo, demasiado joven y demasiado
guapo.
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