No sé cómo encontré la salida.
Quizás poco a poco,
como se gestan los
hijos.
Un día entreabrí la puerta y vi una luz que me cegó
los ojos.
Llorando me escondí bajo las mantas y eso
que era pleno verano.
Tardé
tiempo en hacerme fuerte abrigada al
amparo de una silla.
Cuando la saqué no
podía creérmelo, hasta
que un caminante me devolvió a la realidad
llevándome
asustada a meterme de nuevo en mi casa. Tras largas cavilaciones saqué una
mesa, una alfombra y un libro. Les ayudé con una botellita y un foulard para el
frío. Los coloqué para que les diera el sol de febrero y el viento que se gesta
en el vientre del este. Luego solo quedó el deshacerme de la pena, el desojarme
la tristeza de las pestañas y hacerme dura para disfrutar de la vida, aunque él
no estuviera.
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